Navegar por el mundo artístico siempre ha sido desgastante. Cuando comencé a hacer slam, tuve que pelear para que mi historia fuera más que “un tema de moda”. Hablar acerca de ser cuir, gorda, ¡ser demasiado!... me ha vulnerado en más de una ocasión, sobre todo en espacios donde consideran que es por inclusión forzada y no por artista. Sin embargo, la poesía slam me dio un escenario donde compartir y compartirme; no tengo necesidad de cortar los gajos que no le gustan a quienes defienden que la poesía se razona, porque esta se siente.
“La poesía guardada en un cajón no sirve para nada”*
Es común escuchar que la poesía es un ejercicio intelectual con la costumbre de quedarse en la página, que es una disciplina distinta a la pintura o la música; es un arte estático que se comparte en círculos exclusivos. Sin embargo, las mujeres han hecho poesía para resistir, documentarse y llenar los huecos de donde se nos ha borrado, en lugar de buscar crear un producto estético únicamente.
La poesía slam busca replantear nuestra relación con el arte a fin de hacerlo un espacio de encuentro donde contar las historias que nos duelen, nos mueven y componen las raíces de nuestra sociedad al igual que las propias. En ese sentido, la voz es la herramienta esencial de la disciplina, pues traemos a la vida nuestras narrativas en espacios aún complejos de navegar. Gracias a ello, podemos visibilizar las violencia y las luchas que enfrentamos a diario.
Desde sus inicios, el slam propone sacar la lírica de espacios académicos y llevarla a la calle donde se celebre, se pelee y se acerque a las personas. La dinámica de la competencia aboga por la democracia utópica, es decir, regresar el poder de opinar al público sin necesidad de ser un crítico. Aún cuando la competencia está en el corazón del slam, uno de los acuerdos más importantes es que el punto no son los puntos, es crear comunidad.
¿Cómo figuran las mujeres en este espacio?
El slam poetry lo fundó Marc Kelly Smith, un hombre estadounidense. Sin embargo, las mujeres latinoamericanas han sido el motor de la creación y supervivencia de proyectos importantes. Una de ellas fue la costarricense Queen Nzinga Maxwell (1971-2023) poeta, lingüista y músico pionera en el spoken word de Centroamérica. Ella hizo de su trabajo un parteaguas que sigue vivo gracias a las mujeres que continúan su legado en el Poetry Slam Costa Rica.
Hay espacios como El Slam de Morras en México que tienen como meta vincular proyectos de mujeres y apoyarlos en un lugar donde la solidaridad y el amor son centrales. La poesía slam es un acto rebelde, pues, una de sus metas es renunciar al ego del artista para apoyar a otras compañeras, por eso más mujeres se han sumado, mujeres racializadas, cuir, madres y otras poetas que pertenecen a grupos marginados para tejer sus narrativas individuales con las colectivas. El corazón del slam es la comunidad en una disciplina altamente competitiva y resignificar porqué hacemos poesía.
*Sérgio Sampaio, Cada Lugar na Sua Coisa, 1993
Fátima Hidalgo: Poeta, artista visual y de performance desde el 2020. Creo historias desde que puedo sostener un lápiz. Al estudiar la Licenciatura en Comunicación y Letras, la teoría y mi participación en espacios culturales colectivos formaron la fuerza y el corazón que posee el enfoque de mi trabajo. Soy campeón del Poetry Slam Guatemala, gracias a ello mi trabajo está publicado en la Antología de las Periferias a la Frontera, publicado por el Proyecto Abya Yala.
A través del collage, fanzines y mis escritos esbozo una carta de amor a la suavidad humana. Cada pieza se ve atravesada por mis vivencias como persona cuir y neurodivergente. Aunque trato temas colectivos, lo hago desde la experiencia individual, donde se permite cualquier emoción; busco romper los esquemas de vergüenza instalados en la sociedad guatemalteca y abrir una ventana para la introspección de ser "diferente" en una sociedad restrictiva.
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